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Reflexiones

Histeria Colectiva


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Aquella noche no pintaba para ser muy tranquila, sobre todo si les aleja una buena distancia de la costa. Las nubes se acercaban con furia, y los estallidos en el cielo provocaban el temor en la mente de los tripulantes. Era un mar conocido por muchos, puesto que las historias habían contado acerca de sus naufragios, muertes y desapariciones en ocasiones similares. El viento no calmaba y las nubes continuaban su acecho. De pronto, el agua azotó a estribor y la lluvia aumentó sus fuerzas; olas de tres metros sacudían el ligero bote, mientras sus tripulantes chocaban entre sí, intentando controlar aquella barca de pesca. El pequeño mástil crujía en cada movimiento, mientras las suplicas al cielo se multiplicaban por aquellos doce…

… Mas uno no se inmutaba; descansaba en la proa, donde era más intenso el movimiento. El temor los sacudía a todos, y este insens

ato durmiendo. < Señor, despierta > le dijeron, < La tormenta es pesada, ¡Ayúdanos!> El Señor, medio somnoliento, quitando su cabeza de su improvisada almohada, con una mirada tranquila les preguntó, < Pero, ¿Por qué tienen tanto miedo? > Los discípulos mirándose entre ellos sólo atinaron a girar sus cabezas en dirección al viento. El Señor, se paró de su asiento y dirigió sus manos hacia el monstruoso asecho, < ¡Cállate, enmudece! > gritó, y el viento cesó.

En algunas ocasiones, ante las diversas amenazas, y como si se tratase de nuestra “arma natural de defensa”, nos ponemos a gritar o armar escándalos como primates. Ante una discusión, solemos aumentar la voz; al subir la micro, pegamos codazos; en un temblor de domingo, nadie queda en el templo. Tal como en la sociedad chilena, también en las iglesias hay muchas personas de mecha corta, gente que encuentra en el altercado una solución para salir airosos de las dificultades.

Es una realidad, que ante el brusco movimiento de nuestras propias barcas, producto de las amenazas de la vida cotidiana, cada uno actúe tal cual es, sin el filtro “espiritual” que nos identifica en las actividades dominicales. Ante esto, es probable que muchos de nosotros ocupemos nuestra “arma natural de defensa” para intentar salvaguardar de algún modo nuestra propia integridad. Por eso, vale la pena recordar que el Cristo de la barca sigue entre nosotros, a través de su Espíritu. Que nunca ha dejado de estar presente en nuestras realidades; entre quienes son de mecha corta y entre los que se alteran ante cualquier adversidad. Por tanto, para poder experimentar de mejor manera la presencia divina en nosotros, nos tocará ser difusores del Espíritu, mediante el vínculo de la paz y el dominio propio. Es decir, debemos ser más humildes y amables, pacientes y tolerantes los unos con otros en amor fraternal. Es necesario que lo hagamos así, pues si decimos que no descendemos del mono, entonces, habrá que demostrarlo.


 
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